... Nos llega una carta de un compañero y amigo...

Publicado el 10-04-2015

Soy un tío con suerte, y parte de mi suerte reciente toma el nombre de un lugar, la finca del Cabillón en Tapia de Casariego, Asturias. Llegue allí entre lluvias un trece de octubre del otoño pasado, ¡como llovía!, sin saber muy bien cuanto tiempo iba a permanecer. Ahí el comienzo de una experiencia tan gratificante como humana.

Para comenzar, tengo que decir que en ese tiempo no vi ni una mala cara, ni escuche una voz más alta que otra, en todo caso tal vez las mías. Al llegar, al primero que conocí  fue al compay, a Ruben, que conmigo fue de los primeros  wwofers que llegábamos durante un otoño. Un amigo me decía con sorna -¿Qué es eso de wwofer, no te nos habrá metido en una secta?. Lo cierto, es que tuvimos una convivencia cuyo recuerdo me levanta una sonrisa.- ¡gracias compay!.

De ahí para adelante fui conociendo el mundo del Cabillón, de alumnos a profesores, de trabajadores a encargados, del invernadero a la pomerada, de las fabes al lugar del almuerzo, de más a mejor.

Hicimos de todo, mejor dicho, todo lo que pudimos y contagiados del buen humor de la gente, paragueamos las fabes, y newtoneamos los manzanos siempre con esas sonrisas de fondo. En los descansos nos cruzábamos con la gente de la escuela y recibimos los guiños de la convivencia. Entre otros rescato ahora las sonrisas de Isabel y Carmen siempre hacia delante, la complicidad de mi paisana Elena, la risueña Vanesa, la efectiva y sin pausa Graciela, los huecos de Antón para echar una mano, el nuevo paisano descubierto en Pedro, para todos ellos les devuelvo ahora también mi sonrisa.

Más allá de la labores en la finca, al Cabillón lo mueve un entramado de gentes con inquietudes , con la vista puesta en hacer las cosas si no mejor, de un modo diferente. De cualquier modo, un buen complemento a las jornadas en las que el Compay y yo acababamos en el silencio nocturno de la finca mano a mano jugando al Rummy.

José, Gloglo, Sofía Tapia, Mónica, Graciela, Montse, Antonio, Ruben… tanta nueva gente y un puñado de amenas complicidades.

Dos semanas después emprendí un nuevo viaje de trabajo a Nueva Zelanda. Cada vez que surgía un atisbo de problema, el recordar mi tiempo con la gente de la finca me ayudaba a superarlo.

No quiero ponerme pastelón, simplemente reiterar que fue para mí, y para el compay, una  gran experiencia con la cual pienso que de paso me hice también un buen regalo. Gracias a todas y cada uno de las personas que compartieron conmigo su proyecto tal vez complicado, pero nada utópico: el Cabillon.

 

Gracias a ti, por tu tiempo, tu humor, tu energía, tu buen hacer, tus guisos, por todo TU... El Cabillón y Edes