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La inclusión comienza en cada persona

Publicado el 23-04-2025

La inclusión no es solo una idea bonita o una meta lejana, es una actitud que construimos día a día en nuestras interacciones con los demás. No se trata únicamente de normas o políticas, sino de cómo elegimos mirar a quienes nos rodean y del valor que les damos.

Cada persona, sin excepción, tiene el poder y la responsabilidad de hacer del mundo un lugar donde todas y todos nos sintamos respetados, aceptados y valiosos,

Es fácil pensar que la responsabilidad de crear espacios inclusivos recae en otros: en las instituciones, en las empresas, en las leyes. Pero cuando hacemos eso, muchas veces sin darnos cuenta, nos liberamos de nuestra parte del trabajo, de la posibilidad de cuestionar nuestros propios prejuicios y de la oportunidad de crecer.

La realidad es que hemos heredado una historia que ha marcado quiénes “encajan” en la sociedad y quiénes no. Durante la Revolución Industrial, por ejemplo, la manera en que se organizó la producción dejó fuera a muchas personas con discapacidad. Antes, en comunidades más pequeñas y basadas en el trabajo artesanal, había espacios de cooperación y apoyo. Pero cuando el trabajo se trasladó a las fábricas, quienes no podían adaptarse quedaron al margen, sin oportunidades, sin voz y muchas veces, sin derechos.

Esa exclusión no es cosa del pasado, muchas personas viven con barreras impuestas por una sociedad que prioriza la productividad sobre la dignidad humana. Y aunque se han dado pasos importantes, todavía queda mucho por hacer.

Pero aquí viene lo importante: la inclusión no es solo responsabilidad de quienes han sido históricamente excluidos, ni de las organizaciones. Es de todas y todos.

Construir una sociedad inclusiva empieza con pequeños cambios. Escuchar de verdad a los demás. Evitar suposiciones sobre lo que alguien puede o no puede hacer. Cuestionar nuestros propios prejuicios. Fomentar espacios donde todas las personas tengan las mismas oportunidades de participar y ser valoradas.

Cada gesto cuenta. Y cuando sumamos muchos pequeños cambios, logramos transformaciones profundas. Porque la inclusión no es solo un ideal bonito: es un compromiso de cambio que necesita de presencia, aprendizaje y participación, que todo ello se viva con empatía, con respeto y con la certeza de que un mundo más justo es posible si todos y todas hacemos nuestra parte.